La Esclerosis Múltiple y yo hemos firmado un pacto de no agresión
Eduardo M. Saldaña, socio de ADEMGI
A mí me ha dado sentido a la vida, me ha dado un enfoque de mi existencia, que sin esta enfermedad, quizás, no hubiera tenido nunca.
Eduardo M. saldaña
En enero del año 1996 le pusieron nombre a ‘todas aquellas cosas raras’ que me ocurrían, tenía 32 años y me dio un gran brote. Llevaba varios años peregrinando por muchas consultas de médicos; se me dormían las manos, siempre estaba agotado, a veces no podía andar… y todos me decían que era el estrés, la falta de vitaminas, etc. Y un día de repente me vi ingresado en el hospital con el cuerpo casi paralizado de cuello para abajo, sin poder mover las manos, los dedos y con un terrible dolor y adormecimiento en todo el tronco. En ese momento me dijeron que tenía Esclerosis Múltiple.
La verdad es que no sabía lo que era. Me explicaron que no era un tumor, que no era operable, que no me moriría, pero que, seguramente, tampoco me curaría. Y así me vi en mi casa, con 32 años mi vida se paralizó, por el miedo, la incertidumbre, la desinformación y el dolor físico y moral. Los años siguientes fueron muy duros, porque los brotes se sucedieron uno tras otro y las secuelas que me iban dejando me cambiaban la vida. Pero a pesar de todo, decidí plantarle cara a la EM, todavía no sabía muy bien quién era, ni qué iba a hacer conmigo, pero decidí que yo iba a intentar ser más fuerte que ella. Un buen día me compré una bici y empecé a hacer kilómetros. Dado que mi forma física era un desastre, que no tenía mucho equilibrio y que los brotes me machacaban las piernas, a punto estuve alguna vez de romperme todos los huesos; sin embargo, ahí comenzó un gran entendimiento para mí. En esas horas de soledad y sufrimiento, subido encima de la bici, por esos caminos intentando mover unos pedales con unas piernas que no querían moverse, empecé a comprender, de verdad, mi enfermedad; empezamos a conocernos y respetarnos.
Fueron años de mucha dureza y soledad, aunque he tenido la gran suerte de contar siempre con el apoyo incondicional y el amor de mi mujer y compañera de vida, y el esfuerzo de comprenderme de mi familia y algunos amigos. No siempre entienden lo que me pasa, pero sé que lo intentan.
Así, poco a poco, ha ido cambiando mi vida. Cuido mucho mi dieta, hago tai-chi, relajación y, sobre todo, cuido y controlo mis pensamientos. Cultivo diariamente la alegría y el pensamiento positivo. Intento no pensar qué va a ser de mí mañana. Vivo hoy. Ahora. Vivo el presente. Ella, la Esclerosis Múltiple, y yo hemos firmado un pacto de no agresión. Yo me cuido, y ella no me maltrata demasiado. He aprendido a respirar más lentamente y con más consciencia; a enfocar los problemas de otro modo, y a todo esto también me está ayudando una vieja pasión que recuperé hace unos años: la pintura de acuarela, me ha abierto la puerta a una nueva vida. Ahora vivo rodeado de pinceles, de papeles, de tubos de colores, que dan ilusión a mi vida y me llenan de felicidad. Me gusta pensar que la EM no es una enfermedad degenerativa, sino regenerativa. A mí me ha dado sentido a la vida, me ha dado un enfoque de mi existencia, que sin esta enfermedad, quizás, no hubiera tenido nunca. Claro que tengo momentos muy duros, sobre todo cuando me siento agotado por la debilidad, y falta de fuerza que no se pasan nunca, pero es entonces cuando me refugio en la acuarela, y empiezo a ver todo de colores, con muchos matices y reflejos.
A mí me ha dado sentido a la vida, me ha dado un enfoque de mi existencia, que sin esta enfermedad, quizás, no hubiera tenido nunca.
Eduardo M. saldañaEn enero del año 1996 le pusieron nombre a ‘todas aquellas cosas raras’ que me ocurrían, tenía 32 años y me dio un gran brote. Llevaba varios años peregrinando por muchas consultas de médicos; se me dormían las manos, siempre estaba agotado, a veces no podía andar… y todos me decían que era el estrés, la falta de vitaminas, etc. Y un día de repente me vi ingresado en el hospital con el cuerpo casi paralizado de cuello para abajo, sin poder mover las manos, los dedos y con un terrible dolor y adormecimiento en todo el tronco. En ese momento me dijeron que tenía Esclerosis Múltiple.
La verdad es que no sabía lo que era. Me explicaron que no era un tumor, que no era operable, que no me moriría, pero que, seguramente, tampoco me curaría. Y así me vi en mi casa, con 32 años mi vida se paralizó, por el miedo, la incertidumbre, la desinformación y el dolor físico y moral. Los años siguientes fueron muy duros, porque los brotes se sucedieron uno tras otro y las secuelas que me iban dejando me cambiaban la vida. Pero a pesar de todo, decidí plantarle cara a la EM, todavía no sabía muy bien quién era, ni qué iba a hacer conmigo, pero decidí que yo iba a intentar ser más fuerte que ella. Un buen día me compré una bici y empecé a hacer kilómetros. Dado que mi forma física era un desastre, que no tenía mucho equilibrio y que los brotes me machacaban las piernas, a punto estuve alguna vez de romperme todos los huesos; sin embargo, ahí comenzó un gran entendimiento para mí. En esas horas de soledad y sufrimiento, subido encima de la bici, por esos caminos intentando mover unos pedales con unas piernas que no querían moverse, empecé a comprender, de verdad, mi enfermedad; empezamos a conocernos y respetarnos.
Fueron años de mucha dureza y soledad, aunque he tenido la gran suerte de contar siempre con el apoyo incondicional y el amor de mi mujer y compañera de vida, y el esfuerzo de comprenderme de mi familia y algunos amigos. No siempre entienden lo que me pasa, pero sé que lo intentan.
Así, poco a poco, ha ido cambiando mi vida. Cuido mucho mi dieta, hago tai-chi, relajación y, sobre todo, cuido y controlo mis pensamientos. Cultivo diariamente la alegría y el pensamiento positivo. Intento no pensar qué va a ser de mí mañana. Vivo hoy. Ahora. Vivo el presente. Ella, la Esclerosis Múltiple, y yo hemos firmado un pacto de no agresión. Yo me cuido, y ella no me maltrata demasiado. He aprendido a respirar más lentamente y con más consciencia; a enfocar los problemas de otro modo, y a todo esto también me está ayudando una vieja pasión que recuperé hace unos años: la pintura de acuarela, me ha abierto la puerta a una nueva vida. Ahora vivo rodeado de pinceles, de papeles, de tubos de colores, que dan ilusión a mi vida y me llenan de felicidad. Me gusta pensar que la EM no es una enfermedad degenerativa, sino regenerativa. A mí me ha dado sentido a la vida, me ha dado un enfoque de mi existencia, que sin esta enfermedad, quizás, no hubiera tenido nunca. Claro que tengo momentos muy duros, sobre todo cuando me siento agotado por la debilidad, y falta de fuerza que no se pasan nunca, pero es entonces cuando me refugio en la acuarela, y empiezo a ver todo de colores, con muchos matices y reflejos.